Cultura cover.

Estas son 8 de nuestras versiones favoritas de canciones míticas.

Nos hemos dado cuenta de que existe un mantra al que la mayoría de compositores de épocas y géneros diferentes se refieren al hablar de escribir canciones:

“Una canción se convierte en canción solo cuando se comparte”.

Parece obvio pero, ¿qué quiere decir “cuando se comparte”? Como todo ejercicio artístico, componer música nunca nace en un vacío: parte de un contexto cultural del que el autor extrae una idea, una observación o una vivencia; esta pasa por su punto de vista, el autor la asimila en su narrativa y la convierte en su expresión personal.

El círculo se cierra cuando el artista publica la obra y esa idea regresa, transformada, al contexto de donde partió. Su impacto cultural se mide entonces por esa reconexión: esa idea personal y particular del compositor resuena de forma general en su público y en el contexto del que partió.

Por eso una artista puede escribir una balada basada en la experiencia más personal del mundo y, aun así, llegar a miles de personas diferentes con interpretaciones diferentes. La esencia es la esencia.

Esta es más o menos la mecánica creativa de la música en cuanto a compartir una pieza original con el público. Sin embargo, existe otra manera de participar en esa transmisión cultural que consiste en interpretar las ideas de otros para crear algo nuevo: los famosos covers

Mucho antes de que hubiera una industria musical que certificara autorías de partituras o grabaciones, versionar música de artistas anteriores era la forma de perpetuar el arte. Es el caso cuando buscas los créditos de una canción y en su autoría pone “Tradicional”: esa autoría es tan antigua y difícil de rastrear que al haber pasado por tantas manos termina considerándose propiedad de la cultura.

Además de esa labor archivística, apoyarse en la obra de artistas anteriores tiene también una dimensión de referencia, guiño u homenaje. Tradiciones musicales de principios del siglo XX como el blues y luego el jazz se basaron en ambas motivaciones para perpetuar sus herencias. Decía Bill Evans, por ejemplo, que “el jazz es un ‘cómo’, no un ‘qué’”. Antes de que se llamara así y de que lo asociáramos a un sonido inconfundible, el jazz no era ni más ni menos que un ejercicio de expresión con una cucharada de chulería: intérpretes que exploraban el esqueleto de una canción de éxito (en la época, música para Broadway y Hollywood) para proponer su propia melodía encima.

Esos hits, conocidos hoy como estándares, serían el vehículo principal de esa tradición y su influencia terminaría llegando al pop de las décadas siguientes hasta hoy en día: I Will Survive’ de Gloria Gaynor es ‘Autumn Leaves’ / ‘Les Feuilles Mortes’ (1945); Sunny’, popularizada por Boney M, fue escrita en 1963 y ‘7 rings de Ariana Grande fue escrita sobre la segunda melodía más famosa de Sonrisas Y Lágrimas (1959), My Favorite Things’, 60 años después.


La consolidación de la industria musical y de la música como producto además de espectáculo generó dos tipos de copyright: el de la composición (la idea de sus autores en forma de música y letra) y el de la grabación (el producto musical que puedes comprar y reproducir). Ya en los 50 y en ese contexto comercial aparecería el concepto cover original, que no era otra cosa que lo que las discográficas hacían para rascar algo de éxito y dinero. Si veían que una canción triunfaba compraban sus derechos de composición, la grababan con otro artista que tuviera gancho y la lanzaban al mercado en busca de su trozo de pastel. 

Lamentablemente hecha la ley, hecha la trampa: lacras culturales como el racismo harían que la industria se aprovechara de los artistas que pertenecían a minorías para explotar su obra básicamente sin pagar. Una parte importante del catálogo pop y rock de los 50 y 60 se construyó sobre la obra de artistas negros que no solo no recibieron la acreditación artística que merecían, sino que ni siquiera cobraron lo que les tocaba y muchos, encima, murieron pobres. En géneros más modernos, como el hip hop, el concepto cover se desarrollaría de manera diferente: al ser originalmente una música desplazada socialmente, el contenido de sus letras se ha considerado siempre demasiado personal y vivencial como para ser versionado por cualquier otro artista a la ligera. Por eso es raro aún hoy en día ver a un rapero reinterpretar entera la canción de otro más allá de citar algún verso icónico como referencia. El homenaje cultural del hip hop, en cambio, sucedía y sucede en la música gracias a la cultura del sampleo: aprovechar y producir sobre fragmentos musicales de otros artistas, épocas y géneros para enriquecer la obra propia.

Teniendo en cuenta esas reglas del juego y las idiosincrasias socioculturales de cada género, el fenómeno de los covers en general es un rico ejercicio de empatía y creatividad en el que unos artistas deciden innovar y enriquecer su catálogo apoyándose en los que vinieron antes y, a la vez, honrar el impacto de sus predecesores. Desde que existe la cultura cover existe el debate sobre si una versión puede ser mejor que la pieza original. Para nosotros la respuesta es sí, claro que sí. Y en cualquier caso nos quedan ejemplos célebres de compositores que terminarían alabando versiones posteriores de sus canciones, como David Bowie con ‘The Man Who Sold The World’ de Nirvana o Dolly Parton con ‘Jolene’ de los White Stripes; y otros casos en los que el creador de la pieza original sucumbe a la calidad de la versión y termina entregando al artista del cover la autoría simbólica de su creación, como Trent Reznor con la versión de ‘Hurt’ de Johnny Cash o ‘Me & Bobby McGee’ interpretada por Janis Joplin, de la que Kris Kristofferson, su compositor, dijo que quería que fuera la pieza que sonase en su funeral.


Y a nosotros, la gente de a pie, los que los escuchamos: ¿por qué nos gustan los covers?

Fácil: porque nos gustan las buenas historias. Las cotidianas, porque nos recuerdan a lo que pasa a nuestro alrededor; las fantásticas o imaginadas, porque nos permiten unir los puntos subjetivamente y ubicarnos en mundos nuevos, extraños, que amamos descifrar y hacer nuestros.

Hoy os traemos una selección de versiones que nos encantan: algunas continuistas, que canalizan la energía y el tono del artista original o los recursos musicales que emplea en la pieza, y otras más rompedoras, que dan un giro creativo y estético a su original para construir un escenario nuevo a su alrededor.


Estos son 8 de los covers contemporáneos favoritos de WOW:

‘Love Is Stronger Than Pride’ — Amber Mark (2018)

Popularizada por Sade en 1988

El original de Sade, incluido en su disco Stronger Than Pride (1988), es el sonido clásico de los late 80s explorando nuevos territorios. Vale, aceptamos que hoy el naming “sophisti-pop” suena viejuno, pero sin duda había sofisticación y experimentación en ese cruce de carreteras entre el pop, el soul y el smooth jazz de la época.

En su cover, Amber Mark (¿has visto su Tiny Desk?) respeta perfectamente el carácter de la interpretación de Sade y le da un twist dulce y contemporáneo empleando recursos del hip hop y trap moderno, como el patrón de bombo de 808 y los redobles de hihat. Si el registro grave (contralto) de Sade transmite esa altura y esa elegancia, la voz más aguda de Mark es capaz de aportar el plus de garra y expresión justas para completar su versión de ‘Love Is Stronger Than Pride’.


‘Can’t Help Falling In Love’ — Perfume Genius (2016)

Popularizada por Elvis Presley en 1961

¿Quién le iba a decir a uno de los himnos crooner más normativos de la historia que décadas después terminaría catapultando al mainstream a uno de los referentes modernos del queer pop? Dos años después de confirmarse con su segundo disco Too Bright , Perfume Genius aportó su cover de ‘Can’t Help Falling In Love’ a la campaña La Femme et L’Homme de Prada, basada “en un diálogo de identidades intercambiables, en la encrucijada entre experimentación y tradición”.

La versión minimalista de Mike Hadreas del clásico da una vuelta a la balada del Rey del Rock: cambia su tono de pretendiente conquistador por un discurso más interior, menos proyectado, como un pensamiento.

Un piano eléctrico staccato insinúa la armonía, pero es la delicada voz de Mike Hadreas la que nos guía a través de esos momentos de reserva y también de amor y entrega, decorados con impactos de percusión, arreglos de guitarra eléctrica y capas de sintetizador.

‘Can’t Help Falling In Love’ es, por cierto, el quinto single pop más versionado de la historia, según la web mostlymusiccovers.com.


‘Rose rouge’ — Jorja Smith (2020)

Popularizada por St. Germain en 2000

¿Quién mejor que Jorja Smith para seguir con la misión conciliadora de fusionar jazz con la música popular del momento? La inglesa tenía 3 años cuando en el año 2000 St. Germain publicó Tourist, que incluía ‘Rose Rouge’, una pieza nu jazz de casi 7 minutos construida impecablemente con un sample vocal de Marlena Shaw y otro del ritmo de ‘Take Five’ de Dave Brubeck Quartet. 20 años después, la joven cantautora inglesa recogería con aplomo el testigo de St. Germain y otros de la mano de la serie Re:imagined de la mítica disquera de jazz Black Note. Mientras que la gracia de la original es lo puro y lo crudo de su mezcla, la ‘Rose rouge’ de Jorja Smith suena más esbelta y producida y consigue revivir la idea original actualizando su fusión con jazz al sonido contemporáneo


‘That Don’t Impress Me Much’ — HAIM (2017)

Popularizada por Shania Twain en 1997

No nos esperábamos que las voces de Danielle y Este Haim pudieran sonar tan parecidas a la de Shania Twain, pero aquí estamos y nos encanta. Aunque Come On Over (1997) de Shania Twain llegó a España remezclado a lo dance, el original publicado en EEUU era un disco 100% country que además se convertiría en un fenómeno superventas. A nosotros ‘That Don’t Impress Me Much’ nos llegó cañera y electrónica, pero es en realidad un pop country a ritmo de square dance, con letra sarcástica y divertida. Ese es justo el tono distendido que HAIM emplean en su cover, que exprime los 3 o 4 rasgos principales de la original (la melodía, el desparpajo vocal de Twain, la figura de bajo y guitarra) en un arreglo instrumental discreto y efectivo que cede el protagonismo a lo icónico de la canción y de su autora, a quienes ellas homenajean con su versión.

‘I’m On Fire’ — Chromatics (2006)

Popularizada por Bruce Springsteen en 1985

Hasta el todopoderoso Boss tiene momentos de ingenuidad y temblor de piernas y ‘I’m On Fire’ es prueba de ello: un corta canción de deseo no correspondido, de padecer, de fuego y deseo que necesitan ser apagados.

Springsteen la interpreta sobre un discreto stomp rockabilly, acompañado solo por suaves capas de sintetizador y el rasgueo de guitarra característico que Chromatics tomarían como referencia para instrumentar su cover en clave dream pop, que vería la luz en el EP In The City (2006).

Al contrario que Springsteen, que lo siente en sus carnes, la banda de Portland interpreta su versión de ‘I’m On Fire’ en un tono más abstracto y desconectado, con ritmos electrónicos en vez de tradicionales y con Ruth Radelet cantando la letra con dulzura pero desde la distancia, lo que le da al cover de Chromatics esa belleza tan siniestra.




‘I’m Not In Love’ — Kelsey Lu (2019)

Popularizada por 10 cc en 1975

¿Te acuerdas del word painting? Puedes ver nuestro artículo sobre el tema aquí.

¿Qué pasa cuando se aplica esta técnica en el cine o las series? Que nos deja joyas como ‘I’m Not In Love’ de Kelsey Lu en Euphoria, todo un ejercicio de word painting a lo grande que describe un encuentro intenso bajo los efectos del MDMA.

Lo hace aprovechando ese beat de latido de corazón y ese efecto visión túnel que deja a la letra desnuda y frágil, reforzando el ‘efecto cocktail party’ (aislar una conversación entre el ruido) que muestra la escena.

Estos recursos ya aparecen de forma más cruda en la original de 10 cc (1975), pero la producción de la versión de Kelsey Lu (publicada en su disco Blood de 2019) y el maridaje con la escena de Euphoria elevan la pegada de su versión hasta las nubes y hacen que sea uno de nuestros covers no favoritos, sino esenciales.


‘To Feel In love’ — Big Search (2018)

Popularizada por Lucio Battisti en 1977

Battisti fue uno de los principales cantautores de la Italia de los años 60 y 70. Su éxito hizo que muchas de sus composiciones románticas rebasaran rápidamente las fronteras italianas y fueran traducidas y publicadas en otros mercados.

Seguramente por esa vía llegó ‘To Feel In Love’ (originalmente titulada ‘Amarsi un po’) a manos de Big Search, un artista pop de Los Ángeles caracterizado por su sonido lofi, rústico, relajado. En su cover de ‘Too Feel in Love’, publicado en 2018, Search inyecta el toquecito de peso e instrumentación suficiente para ofrecer una versión continuista pero muy bien decorada con brillos de guitarra de 12 cuerdas, coros y arreglos de flauta y cuerdas.

Si bien conserva ese tono retro edulcorado, Big Search lo rellena y lo mueve por diferentes pasajes e intensidades a lo largo de sus 6 minutos de duración, que gracias a los arreglos adecuados no parecen ser más de 3.


It Takes a Lot To Laugh…’ — Yo La Tengo (2020)


Popularizada por Bob Dylan en 1965

Aunque su cover de ‘It Takes a Lot To Laugh’ aparece en Sleepless Night de 2020, fue grabado originalmente en 1999 con motivo del cumpleaños del célebre DJ y locutor británico John Peel. Regalazo.

Los de Hoboken interpretan el clásico de Bob Dylan llevándonos de la mano por la ruta oscura y, como de costumbre, menos transitada. Lo que en la voz del trovador suena como un blues romántico y juguetón, lleno de dobles sentidos picantes para la época, adquiere en manos de Yo La Tengo un tono nocturno y reflexivo: un contraste infalible, marca de la casa, entre instrumentación lofi sombría y vocales íntimas y dulces.

En este caso es la voz de seda de Georgia Hubley la encargada de susurrarnos al oído esa interpretación del libreto de Dylan rodeada por un fondo de drones y arreglos dispersos de guitarra electroacústica.

Aquí os dejamos una playlist con esas y otras covers que nos encantan :)

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