Rosalía

Parece mentira, pero han pasado 4 años desde que Rosalía se alzó como la artista española más extraordinaria de las últimas décadas.

El 2/11 del 2018, ‘El Mal Querer’ vio la luz, y con él, uno de los proyectos más aclamados y transgresores del siglo XXI.

Rosalía Vila, respaldada por sus estudios de flamenco en la Escuela Superior de Música de Cataluña, se había consolidado como promesa emergente a raíz de su debut, ‘Los Ángeles’.

El Mal Querer’, su segundo álbum de estudio, hizo las veces de Trabajo de Fin de Grado y fue calificado con matrícula de honor.

Un elepé cuya planificación y gestación recayeron íntegramente sobre sus hombros.

Al margen de especulaciones, Rosalía es la artífice fundamental de ‘El Mal Querer’, como compositora y productora; de la mano de El Guincho, célebre productor canario, vinculado a referentes tan formidables como FKA Twigs o Björk.

El sacrificio del que precisó para su edificación se extendió al ámbito coreográfico, con una vinculación entre la dimensión sónica y la escénica.

Charm La’Donna, bailarina de Madonna y coreógrafa de Dua Lipa, orquestó su apartado corpóreo.

Los 11 cortes que integran ‘El Mal Querer’ se orquestan en torno a ‘Flamenca’, una novela medieval que retrata las miserias de un romance asfixiado por la posesión y los celos. Rosalía, en cambio, encauzó sus páginas hacia un desenlace de empoderamiento femenino.

Meses antes de la explosión de ‘Con Altura’, ‘El Mal Querer’ dinamitó los récords de Spotify establecidos en España.

Desde entonces, cautivó a decenas de miles de oyentes, quienes se rindieron ante su hipnótica fórmula de R&B, su núcleo flamenco, unos «tra, tra» de talante icónico y sus palmas incesantes. ‘Malamente’ explicitó la retahíla de contraposiciones imbuidas por Rosalía: la indumentaria taurina y los crucifijos confrontaron polígonos industriales, en una sublime realización cinematográfica que enfrentó al folclore español con el vanguardismo.

La productora Canadá, erigió en su traslación visual una cruda escenificación de la expresión masculinizante de los celos, a través de una paleta de colores espléndida y una sobresaliente incursión de extrarradio, sin restringir su condición castiza

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